Me dirijo a ti, conciudadano, a una Carmen, Ana, Rafa, Tomás, José Juan, Marta, José Luis, Juan Carlos, Alfonso, Ana, Violeta… a cualquiera de quienes confío en que aun albergáis un espíritu ciudadano incompatible con el sectarismo o la religiosidad política. Sí, me dirijo a vosotros que ocasionalmente alabáis susurrantes la valentía presunta de atreverse a señalar las desnudeces del Rey; a quienes solo en petit comité compartís vuestro estado de pesadumbre, ese «¡cómo está todo!», vuestro gesto de haber tenido que taparos nuevamente la nariz el 23 de julio del año pasado. Una vez más… Y para que no gobierne la derecha, o la ultraderecha, o la ultra-ultraderecha… Y van…
Me dirijo a vosotros, algunos mayores que yo, a quienes desde el atril académico enseñasteis a tantos el valor del pluralismo político encarnado en el artículo 1 de la Constitución española, una de las más preciadas joyas del nuevo tiempo de la democracia constitucional abierto tras ese período lleno de tinieblas que llamamos franquismo. Y lo hago, claro, a propósito de esa otra «carta» inaudita, ese ejercicio de chantaje perverso, tan burda y transparentemente manipulador que pareciera inspirado por la estrategia de «ocultación a la vista» que describe Edgar Allan Poe en su magistral La carta robada.
Lo hago en estas horas en las que se convoca en Ferraz y en las plazas de España a cientos de militantes y simpatizantes, o solo simpatizantes, o quizá militantes no simpatizantes, como genialmente dijo ese maestro de tantos cuando arreciaban los escándalos de prácticas corruptas y la implicación de destacados miembros del Gobierno socialista en la guerra sucia contra ETA a mediados de los 90 del pasado siglo. También entonces – aunque no se hablara de lawfare- operaba un supuesto «sindicato del crimen», una alianza o pinza entre medios de comunicación, la derecha y la izquierda más allá del PSOE; pero igualmente entonces resultaba imposible la aceptación silente, borreguil, con tanto desmán, por mucho que se tratara de algunos de «los nuestros».
¿Acaso no os dais cuenta del colosal caudillismo que anida ahora detrás de este gesto de Pedro Sánchez? ¿No os sobrecoge la humillación que ha sido capaz de provocar en tantos, gentes que se visten por los pies, capaces de desmenuzar argumentos complejos, teorizar con solvencia, informarse, personas que ya no se juegan nada en sus ya consagradas vidas profesionales o académicas, pero que han revelado adocenada disposición a la adhesión pública como si estuvieran a punto de desfilar por la Lubianka?
¿No os parece que con esa apelación sentimental de ese «hombre profundamente enamorado» (sé que te sobrecoge leerlo de nuevo) se ponen aún más ladrillos en ese muro que nos divide y que tanto se ha afanado en construir quien ahora se conduele por la toxicidad de un ambiente político que él mismo no ha hecho más que ensuciar? Os asombráis por su arrojo, esa presunta inteligencia política del que está, y ha estado, dispuesto a todo, a llevarse por delante lo que hiciera falta en su afán por «resistir». Puede que incluso os cautive esa intrepidez, que, para mí, para muchos, no es más que imprudencia e inconsciencia. ¿Acaso no hay nada que decir de lo que ha implicado en términos políticos e institucionales?
«No cabe olvidar qué cucharaditas se tuvieron que tragar primero y con qué ruedas de molino comulgar después»
Descontada la fascinación que ejerce quien, como el borracho, se atreve con todo en la capea – aunque, en este caso, al ruedo salta «el conjunto de la ciudadanía»; olvidando por un momento el hecho de que sus constatables «cambios de opinión» terminan por no pasar factura suficiente – te ahorro la copiosa lista- no cabe olvidar el peaje que se ha estado dispuesto a pagar; qué cucharaditas se tuvieron que tragar primero y con qué ruedas de molino comulgar después. Y no cabe sorprenderse por las consecuencias de ese aventurerismo disfrazado de genial estrategia política: la inicial inquietud, escepticismo o asombro que muchos sentimos, y después el subsiguiente enojo, y por último el legítimo repudio democrático ante los indultos a quienes protagonizaron la mayor afrenta a la democracia constitucional española desde el 23-F para favorecer la persistencia de una coalición.
¿No recuerdas ya los nombramientos partidistas en las instituciones clave – Tribunal Constitucional, Fiscalía, Consejo de Estado? Y finalmente la presentación de una ley de amnistía negociada con los presuntos delincuentes y beneficiarios que solo obedece a la necesidad dictada por la aritmética parlamentaria para mantenerse en el Gobierno. ¿Es que acaso podía salir gratis decidir que quienes tienen como prioridad en su agenda política e ideológica acabar unilateralmente con la común patria de todos los españoles pueden ser socios de una supuesta coalición progresista? ¿Y todo ello en nombre de la igualdad y la solidaridad?
Y luego está Bildu, claro… No sigo con el memorial de despropósitos que tú mismo conoces bien, aunque pugnas por desterrarlo de tu consciencia. Así y todo, no me resisto a recordarte el último jalón conocido días antes de esta suerte de espantada en diferido del presidente del Gobierno: me refiero a esa «comisión técnica» prevista en la disposición adicional decimosexta de la Ley de Memoria Democrática para que: «Elabore un estudio sobre los supuestos de vulneración de derechos humanos a personas por su lucha por la consolidación de la democracia, los derechos fundamentales y los valores democráticos, entre la entrada en vigor de la Constitución de 1978 y el 31 de diciembre de 1983, que señale posibles vías de reconocimiento y reparación a las mismas». Dicho y hecho. O, mejor dicho: exigido – por Bildu- y aprobado – por el Consejo de ministros. Ahí estarán los Nicolás Sartorius, Francisca (Paca) Sauquillo, Federico Mayor Zaragoza y tutti quanti para bailar el agua a una organización que es heredera política de una banda terrorista que, para empezar, quizá pudiera contribuir a esclarecer, para satisfacción y reparación de sus víctimas, los más de 300 asesinatos cometidos por ETA aún pendientes de ser resueltos.
Fíjate de nuevo en las fechas: en esos años, que incluyen los casi dos años desde la histórica y tan esperanzadora victoria del PSOE, ETA asesinó a 304 personas. En esos años, la hoy diputada de Bildu Mertxe Aizpurúa, que tanto celebraba esta semana la creación de esta comisión, jaleaba a esos asesinos a los que tildaba de «gudaris». ¿A ti te parece que, gobernando Suárez, Calvo Sotelo y Felipe González, aprobada ya la Constitución, en España se producían violaciones de derechos humanos que, como en los regímenes dictatoriales, no eran investigados por quienes debían hacerlo, los jueces y tribunales sometidos al imperio de la ley en una ya democracia constitucional? ¿Te parece tan extraño que a muchos nos resulte sencillamente insoportable semejante tejemaneje?
«La pulsión cesarista es obvia e infunde temor razonable»
«Está en juego la democracia» se afirma, sin sonrojo, a propósito de la carta del presidente del Gobierno, capaz de someter a todo un país a este stand-by psicodramático durante cinco días in absentia. ¿Cómo puede no conmocionar semejante maniqueísmo? ¿No recuerda, demasiado incómodamente, a aquella última alocución de Franco en la Plaza de Oriente el 1 de octubre de 1975 tras los terribles fusilamientos del 27 de septiembre? «[C]onspiración masónico-izquierdista de la clase política en contubernio con la subversión terrorista-comunista en lo social, que si a nosotros nos honra a ellos los envilece» no funge tan mal con «constelación de cabeceras ultraconservadoras», «galaxia digital ultraderechista», «baterías mediáticas conservadoras», «máquina del fango», «coalición de intereses derechistas y ultraderechistas que se extiende a lo largo y ancho de las principales democracias occidentales».
Salvadas todas las distancias, que son flagrantes, la pulsión cesarista es obvia e infunde temor razonable. Pues, ¿de qué se trata?: ¿de que no quepa que el Poder judicial investigue al Gobierno tan pronto como se autoproclame fiel y único representante de las ideas progresistas? ¿Que se restrinja la información que se proporciona al público por parte de los medios? ¿Que quienes representan otras opciones ideológicas, gentes de la izquierda no nacionalista, liberales, conservadores, solo puedan aspirar a vivir extramuros de la institucionalidad política, a ejercer una oposición que solo será «democrática», «carente de ruido» o «constructiva» cuando sea puramente aquiescente con el poder?
Y a eso, ¿cómo lo llamamos? No quiero ni pensarlo.
Afectuosamente.